Y LA PALABRA SE VUELVE BIOLÓGICA
Soy un hombre de 51 años. Escribo desde que tengo 19. Predico desde los 18. Significativamente he estado en el ministerio cerca de 33 años. Este tiempo al servicio de Jesús ha sido gratificante, y algunas veces doloroso.
Hace algún tiempo comencé a
preocuparme por algo: cuando ya no esté en este mundo, ¿qué habré dejado, cuál
será mi legado? Ese pensamiento me dio ánimo para trabajar más cada día en lo
que hago: escribir y predicar.
Para la gloria de Dios, recibo
constantemente mensajes que me agradecen por algún aporte, ya sea escrito, en
video u otro formato. Una vez, alguien me dijo: “Nunca olvido lo que enseñaste
en aquella clase.” Esa persona recordaba esa lección, aunque habían pasado
varios años.
¿Acaso quiero ser vanidoso? Para nada,
pero aprovecho esto para decir lo siguiente: LA PALABRA SE VUELVE BIOLÓGICA. ¿Qué?
Sí, eso, LA PALABRA SE VUELVE BIOLÓGICA. Cuando una idea se queda en la mente
de una persona, esa idea se ha integrado en su cerebro mediante lo que se llama
conexiones neuronales, o pequeñísimas conexiones eléctricas que ocurren entre
las neuronas cuando las personas aprenden algo nuevo. Las neuronas cerebrales se
unen con otras neuronas cuando se aprende algo, y si eso no se olvida, esa
conexión dura para siempre. Así que cuando una idea se integra al cerebro, y se
queda en él para siempre, podemos decir que se ha vuelto biológica ya que está
allí en nuestro cerebro.
Es por esta razón que tomé la
decisión de cambiar mi forma de hablar con las personas: decidí agradecer
siempre, no juzgar para no herir, motivar para causar entusiasmo, decir te
quiero, para crear emociones positivas en el corazón de quien recibe esa
palabra. Sé que “al sazonar mi palabra con sal” podré formar parte de la
biología de una persona que convertirá mis palabras en emociones positivas en
su vida. No hay mejor manera de quedarse
en la vida de otras personas sino generando emociones positivas mediante las
palabras apropiadas.
Como escritor, predicador, me
dedico a enseñar a las personas. Si mis lectores o escuchas asimilan mis palabras,
si aprenden algo, formaré parte de sus vidas, porque las enseñanzas se volverán
biología en esas personas. Yo moriré, pero seguiré vivo en las ideas, en los
escritos, en las enseñanzas que han pasado a formar parte de la biología de
alguien.
Seguiré vivo en las emociones de aquellos
a quienes elogié, motivé, en los que ofrecí una palabra de amistad o cariño. Seguiré
viviendo en la biología de muchos, aunque yo desaparezca físicamente de este
mundo.
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