VAMOS A ORAR

  


Mateo 7:7-11

Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque cualquiera que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, á quien si su hijo pidiere pan, le dará una piedra? ¿Y si le pidiere un pez, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas á vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos, dará buenas cosas á los que le piden?

 

T

enía once años cuando mis padres me enviaron a la parroquia del barrio a recibir el catecismo. Esos fueron mis primeros contactos con la espiritualidad.

La señora que nos enseñaba nos advirtió que la mayoría de nosotros no volveríamos a misa después de la primera comunión, y tenían razón. Esa idea quedó en mi mente y quise compensar mi ausencia de la iglesia, con rezos por las noches al momento de acostarme. Aunque ya no iba a la iglesia, como aquella mujer lo dijo proféticamente, sí tenía un cierto temor de Dios que me mantuvo abierto a la fe.

En noviembre de 1986 llegué a la iglesia de Cristo, con tan solo dieciséis años. Fue un momento oportuno, cuando mi consciencia se abría al mundo y comenzaba a aprender. Sin embargo, no aprendí a orar en la iglesia de Cristo.  De hecho, hasta hoy no conozco a nadie que se distinga por esta cualidad tan potente en nuestras iglesias.

Con el paso del tiempo, me integré al ministerio de la predicación y el cuido de los miembros, y en 2005, decidí emprender mi propio camino como pastor: inicié una congregación de la iglesia de Cristo, que ahora es estable y sigue su marcha. Para levantar esa obra, yo buscaba diferentes estrategias de trabajo, sin resultados. 

Un sábado por la tarde, me reuní con un cliente de mi trabajo, él es pastor de una iglesia, y conversamos sobre nuestras experiencias pastorales. Ese hombre me hablo con entusiasmo sobre un libro de un pastor con una iglesia gigantesca: Oración: la clave del avivamiento. Él tenía ese libro y me lo prestó bajo mucha recomendación. En ese libro, Yonggie Cho, el autor, analiza aspectos teológicos, pero, sobre todo, muy prácticos sobre la oración. Sus ilustraciones e historias de su experiencia orando, me impactaron profundamente. Despertó en mí un hambre por orar que jamás había experimentado.

El libro iniciaba con el famoso versículo de 2 Crónicas 7:14:

“…si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra.”

No hay un mejor versículo para iniciar un libro sobre la oración. Enseguida, me reuní con los líderes de mi congregación, y les plantee seguir la estrategia de oración para el beneficio de la iglesia. Nos fijamos horarios de oración, cada sábado teníamos nuestra reunión íntima para orar, y el entusiasmo creció entre nosotros y en la iglesia.

Unas cuantas semanas después de iniciarnos en la oración, comenzamos a ver resultados en nuestra vida y en la iglesia que dirigíamos. Podríamos decir que las cosas comenzaron a ocurrir solas: las personas comenzaron a llegar a las reuniones de la iglesia sin que nosotros hiciéramos grandes esfuerzos, nosotros nos sentíamos mejor emocionalmente y experimentábamos una gran unidad entre los líderes. Una cosa curiosa fue que nuestras ofrendas se multiplicaron por tres, sin necesidad de pedir por ello. Simplemente, ocurrió. Muchas cosas comenzaron a pasar después que comenzamos a orar, muchas cosas que ni siquiera pedíamos, Ef.3:20,21:

Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.

Lo que pasa cuando oramos

UNO: Cuando uno ora, experimenta la presencia de Dios y como consecuencia vivimos con su paz, Fil.4:6,7. Se nota cuando una persona no ora de verdad. Cuando hablo con las personas que me cuentan sus problemas con angustia, mi primera respuesta es que debe orar. Casi siempre recibo la respuesta de “pero si yo oro”. Sin embargo, cuando realmente oramos, experimentamos paz. La angustia es una evidencia de falta de oración.

DOS: experimentamos la presencia del Espíritu Santo. Lc.11:13: Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» Un ministro amigo mío, vino a nuestra congregación a bautizar a alguien, pues ellos no tenían bautisterio en su local. Ya todo había terminado en nuestra congregación y solo los líderes estábamos reunidos planificando algunas actividades. Ese hermano dijo algo que me sorprendió: “aquí se siente algo emocionante, hay algo diferente”. Repito que el salón estaba vacío y solo estábamos los líderes en una reunión, sin embargo, ese hombre pudo sentir un ambiente especial en aquel lugar. Sin duda fue porque estábamos orando e invocando la presencia de Dios en nuestras vidas.

TRES: al comenzar a orar, ocurrió un milagro: el milagro de la conversión personal, porque, como dice la Escritura, “ningún hombre podrá verme y seguir viviendo”. E.x.33:20, DHH. Es así, ninguno que experimenta la presencia de Dios, puede continuar viviendo de la misma forma.  La oración convierte de verdad.

CUATRO: la oración es una de las mejores formas de aprender. Siempre, al orar, digo algo muy personal: “Señor, enséñame a orar”. Hacer esta petición es como abrir mi mente a un nuevo discernimiento de la Biblia, es decir, cuando oro, siento que Dios me aclara muchas cosas de su Palabra, que luego puedo compartir con mis hermanos.  De hecho, las lecciones más impactantes que he predicado o escrito a lo largo de los últimos 15 años, las he recibido en mis momentos de oración. Una persona que ora, es alguien que siempre sabrá el camino, nunca estará confundida, siempre sabrá qué hacer.

CINCO: respuesta. No son pocas las respuestas que he recibido de mis oraciones. Son tantas respuestas, que no puedo enumerar ni un puñado de ellas.  Me he acostumbrado tanto a recibir, que se ha vuelto algo cotidiano ver mis oraciones contestadas.  Sin embargo, voy a citar dos ejemplos. En una ocasión, hicimos una lista de personas por las cuales orar, 31 personas. Unos días después, diez de ellas ya se habían entregado al Señor. Unos días atrás, recibí una de las mejores llamadas telefónicas que he recibido en mi vida: uno de nuestros hermanos, por el que llevábamos días orando, salió del hospital para reunirse con su familia nuevamente.  Él estaba a punto de morir de COVID, pero la intervención constante de la iglesia en oración, lo devolvieron a la vida y a su familia.

Un ejemplo más. La semana pasada, visité a una mujer nuevamente después de unos siete meses.  La primera vez que fui a visitarla, se miraba triste, apagada, pasando por problemas familiares, presa del alcohol y otros comportamientos. Esta vez estaba alegre, más delgada, y había roto con varios comportamientos.  Ella nos agradeció a mi esposa y a mí por nuestra visita y oraciones. Nuestra visita le ayudó muchísimo, pero, sobre todo, ella agradeció nuestras oraciones. El cambio en aquella alma atribulada era evidente.

¿Por qué no oramos?

Es evidente que si oramos las cosas cambian en nuestra vida de forma total y rápida, pero no estamos orando. Llevo muchos años procurando animar a las personas a orar constantemente, aunque muy pocas siguen esta idea.

La razón por la que no oramos es muy simple: nuestra mente está invadida de los problemas de esta vida. Cuando algo domina nuestra mente, dominará nuestra vida. Si seguimos dando más importancia a los problemas que a la solución, la oración, jamás viviremos con intensidad esta vida linda a la cual hemos venido por gracia de Dios.

CONCLUSIÓN:

1.       No hay nadie especial para orar, todos podemos experimentar la oración de la misma manera, pero debemos entregarnos a ella.

2.       Nunca se deje abatir por ningún problema, ore, y ore, y ore, hasta quedar convencido que recibirá lo que pide.

3.       Si comienza a orar, su vida experimentará un cambio total, y podrá alcanzar esa vida plena de la que tanto habla la Biblia.  ¡VAMOS A ORAR!

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