POSTRADO A SUS PIES

 

Marcos 5:21-43

M

uchas veces pasamos tragedias grandes.  Algunas de ellas son causadas por nuestra actitud, y también por nuestra actitud pueden ser superadas. Esto fue lo que pasó con Jairo, un hombre importante en el pueblo de Capernaum.

El hombre importante

Capernaum era un pueblo a orillas del mar de Galilea, en ese lugar la gente conocía a Jairo, el que dirigía la sinagoga local todos los sábados. Según Marcos 3:1-6, Jesús sanó a un hombre que tenía la mano seca precisamente en una sinagoga de ese pueblo. Pudo ser la misma donde Jairo era el principal, y por lo tanto, vio a Jesús aquel sábado por la mañana hacer el grandioso milagro; pero en vez de aplaudir el poder del Señor, estaba en el grupo de los que rechazaban el ministerio del Señor. Este hombre importante debía mantener las apariencias porque ocupaba un puesto de consideración en el ámbito religioso.

Sin sangre en las venas

Muchas personas actúan como Jairo, tercamente, no doblegan su ego ni rinden su vida al Señor, a pesar de ver claramente el poder de Dios. Marcos dice: “Jesús miró con enojo a los que lo rodeaban y, al ver que eran muy tercos y no tenían amor, se puso muy triste.” 3:5, TLA. Los hombres que estaban allí esa mañana, posiblemente Jairo también, cerraron su corazón ante la necesidad de una persona que requería sanidad en su mano, antepusieron al valor de la vida sus doctrinas y creencias, vivían su religión primero y sus enseñanzas estaban por encima de las personas mismas. Con una pregunta sobre el día sábado, Jesús les demuestra la poca importancia que dan a la vida del ser humano y la trascendencia que imponen a su sistema religioso, Mc.3:4.

Hay personas que son duras con los demás, juzgan y critican, no sienten compasión por nadie, solo hasta que la tragedia toca a sus puertas es que sus opiniones cambian.

Lo que marcó la diferencia

Lucas 8:42 dice que Jairo tenía solo una hija de doce años. Todos podemos imaginar que esa niña era el tesoro más grande que aquel hombre importante tenía en su vida; nada era más importante para él que su hija. Pero la tragedia llegó y la pequeña se enfermó gravemente.  Su padre hizo todo lo posible por verla sana nuevamente: médicos, medicinas costosas, orar mucho, pero nada parecía funcionar, mientras que la enfermedad mataba lentamente a la muchacha.

Algunas personas le sugirieron que buscara a Jesús.  Jairo recordó que lo había visto poner sus manos sobre los enfermos y sanarlos, después de todo, Jesús había curado a algunos en su propia sinagoga. Pero aquel hombre sabía, que por su posición, no podía recurrir a aquel a quien había rechazado en el pasado. Sin embargo, la fama de Jesús crecía y crecía, se agigantaba, porque nadie podía negar los grandes milagros que el Señor hacía públicamente.

Los días pasaban y la niña empeoraba. La angustia en el corazón de aquel padre crecía más, miraba que su amada y única hija perdía la batalla contra la muerte. Cuando ya había hecho de todo, Jairo recurrió a Jesús como último recurso para encontrar una respuesta a su gran necesidad. Su orgullo le impedía buscar al Señor, hasta que el amor por su hija lo doblegó y fue en busca del Señor.

Este hombre buscó a Jesús hasta la última hora, hasta que ya había sufrido demasiado, cuando ya las cosas parecían no tener remedio. Pero qué importaba: estaba dispuesto a lo que fuera por su hija.

Un hombre doblegado

“Y vino uno de los principales de la sinagoga llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies,  y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá.” Mc.5:22,23, TLA. Por favor, trate de imaginar la escena: Jesús está rodeado de mucha gente, algunos curiosos, otros seguidores, otros oportunistas procurando obtener un milagro. De repente, llega un hombre, todos lo conocen porque es el ministro principal de la sinagoga donde ellos asisten, pero no tiene el ímpetu que acostumbra en los cultos, todos se asombran porque lo ven llorar, arrodillarse y suplicar a Jesús que vaya con él a su casa. Grita con desesperación  pidiendo la ayuda del Señor, rogándole que ponga la mano sobre su hija y la sane. La gente ya no ve al principal de la sinagoga, ve a un padre angustiado, desesperado, suplicante. A Jairo no le importó su prestigio, ni hacer el ridículo, solo le importaba la vida de su hija. Jairo estaba buscando la ayuda de uno que era seguido por “las peores personas”, según los fariseos: prostitutas, ladrones, gente de mala fama.

En todo esto surge una pregunta, y hasta dos: ¿Por qué los seres humanos esperamos la tragedia para doblegarnos ante Dios? ¿Por qué tener al Señor como la última opción, si de seguro nunca llegaríamos a la tragedia si confiáramos permanentemente en él?

Como sea, la verdad es que Dios siente compasión de nosotros permanentemente. Él conoce nuestro sufrir, y nos tiene compasión, incluso, cuando nos ve tan tercos. Siempre podemos recurrir a él, aunque sea de último momento, He.4:16.

El Señor sigue a Jairo, llega a su casa, realiza el milagro tan esperado, y la alegría vuelve a aquel hogar. No quisiera parecer atrevido, pero el personaje principal en esta historia es Jairo, quien demostró humildad y disposición de hacer cualquier cosa por amor a su pequeña. Jesús vio sus sentimientos y lo socorrió.

Jesús fue el héroe, el gigante, quien hace su aparición en el momento oportuno y da aliento al desesperanzado. Incluso en medio del llanto y de la música de funeral, Jesús motiva con fe al principal de la sinagoga que confía en él y sigue esperando el milagro en su pequeña de doce años. ¡Cuando Jesús llega, ocurren los milagros!

Cosas que aprender:

1.              Algunas veces el orgullo nos impide depender plenamente de Dios.

2.              Aunque el Señor es grande, se ocupa de los humildes, pero se mantiene distante de los orgullosos. Salmo 138:6, NTV. Dios nos atiende cuando estamos dispuestos a doblegarnos ante su gran poder, 1P.5:6: “Humíllense, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él los enaltezca a su debido tiempo.” RV60.

3.              En los momentos difíciles la fe se puede fortalecer. A Jairo le llevaron la mala noticia de la muerte de su hija, pero Jesús lo animó y él continuó creyendo, porque amaba a su hija y rechazaba el hecho de que estuviera muerta, seguía confiando en que viviría. Este hombre pudo aumentar su fe en aquella triste situación que le tocó vivir.

REFLEXIONEMOS:

Evitemos parecernos a Jairo en su orgullo, pero imitémoslo en su humildad y dependencia de Jesús para sacarlo adelante en un momento de desesperación.

Aunque esperemos hasta último momento para buscar al Señor, él permanece paciente y compasivo esperando el momento de entrar en acción y sacarnos del pozo profundo de tristeza y dolor. ¡Hagamos de él nuestra primera y única opción!

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