EL HÁBITO DE MALDECIR: CONSECUENCIAS Y CÓMO SUPERARLO
La función que tiene nuestra boca en el desarrollo
de nuestra vida es muy importante. Con nuestras palabras podemos construir una
buena vida o destruirla constantemente. Aunque no lo creamos, esto es bíblico y
muy real.
La raíz del
mal
Por las malas relaciones, muchos suelen proferir
palabras de maldición hacia otros. Una persona puede maldecir tan
frecuentemente, que deja de ser consciente de que lo hace. Maldecir se vuelve un hábito automático en
muchos.
¿Qué significa maldecir? Maldecir, literalmente
significa condenar algo a destrucción. Cuando alguien maldice a una
persona o cosa, está condenando a esa persona o cosa a la destrucción. Por eso
es que el diccionario afirma que maldecir es el deseo que al prójimo le venga
algún daño.
Sin embargo, realmente el daño sucede a quien
maldice y no a quien es objeto de maldición. En Levítico 19:14, la Biblia dice:
“No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que
tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová.” El sordo, obviamente, no tiene capacidad
de oír una maldición, pero aún así el Antiguo Testamento prohíbe que se le
maldiga, por cuanto maldecir afecta más al que maldice que al que recibe la
maldición. Realmente cuando maldecimos nos perjudicamos a nosotros mismos. Esto
debería ser razón suficiente para evitar desear que otros sean perjudicados.
En la creación de Dios, en cierta forma, todos somos
“uno”, por eso se nos pide amar al prójimo como a nosotros mismos. Así que, si maldecimos o deseamos mal a
otros, es como si lo estemos haciendo a nosotros mismos. Nada daña más al ser
humano que los malos sentimientos hacia otros, pues ese mal se devuelve a quien
lo profiere. Tome en cuenta que lo que deseamos o hacemos, tiene un efecto de Boomerang, y siempre, siempre, regresa a nosotros. Es como si la vida fuera un espejo: recibimos la imagen que reflejamos.
Un
mandamiento claro
El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo,
ordenó: “Bendigan a quienes los persiguen. No los maldigan, sino pídanle a Dios
en oración que los bendiga.” Ro.12:14.NTV. La razón de este mandamiento es que
maldecir es una característica propia de los que no conocen a Dios. En Romanos
3:14 se ve que maldecir es propio de los incrédulos, no de los creyentes.
“Hablan con amargura
y maldicen a la gente.” TLA. Maldecir es el fruto de un corazón entregado al pecado. Solo una persona no renovada habla de manera insensata contra su prójimo.
y maldicen a la gente.” TLA. Maldecir es el fruto de un corazón entregado al pecado. Solo una persona no renovada habla de manera insensata contra su prójimo.
Cuando hablamos mal de una persona, criticamos,
juzgamos, nos sentimos ofendidos por ella, etc. caemos en la maldición y el
juicio. El quejarnos por el trato de alguien es caer en la desobediencia de
este mandamiento: “Bendigan a quienes los persiguen”. Las malas relaciones y el
acoso de alguien es una forma de persecución. Si en este momento usted tiene
una enemistad o se siente herido por la actitud o palabras de alguien, tenga
cuidado de no caer en el acto de maldición.
De hecho, la Biblia ordena también no juntarse con
maldicientes, 1Cor.5:11, porque “las
malas conversaciones corrompen las buenas costumbres”, 1Cor.15:33. Además, los
maldicientes no tienen parte en el Reino de Dios 1Cor.6:9,10.
Maldecir
mata
Se
hizo un experimento, y se regó por unos días una planta con ácido acético. Por
supuesto, muy poco tiempo después la planta se marchitó y murió. En el mismo
tiempo se sembró una planta y fue regada con agua diariamente. Sobra decir que
la planta creció verde y fuerte, y que a su tiempo floreció para dar frutos. Lo
que hizo la diferencia fue el riego. Si en nuestro hogar, o en grupos donde
acostumbramos socializar, como en el
trabajo, la escuela, el vecindario, etc. usamos inadecuadamente nuestra
boca para maldecir, sencillamente estaremos regando las vidas de otros con el
veneno de la maldición, y como resultado afectaremos sus vidas. Esto es aún peor cuando se trata de nuestros
seres queridos. Marcos 11:14,20, presenta el caso de una maldición proferida
por Jesús a una planta. La planta se secó desde sus raíces. ¿Con qué estamos
regando la vida de nuestros seres queridos o conocidos? ¿Con crítica? ¿Con improperios? ¿Con descalificación? ¡Tenga cuidado de no estar haciendo la obra del diablo en la vida de otros! Cada vez que maldecimos de forma directa, hacemos la obra del enemigo al sembrar palabras hirientes en el corazón de aquellos que están hechos a imagen y semejanza de Dios.
Bendiga a
quien lo persigue
¿Por qué hemos de bendecir a quien nos perjudica?
Porque cada persona sobre este mundo es poseedora de la imagen y semejanza de
Dios, incluso aquel que nos ha hecho daño. El hermano de Jesús, Santiago,
exhortó: “Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y
con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma
boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser
así.” Stg.3:9,10. Claro que no debe ser así, porque al hablar mal de una
persona o desear su mal, estamos ofendiendo la imagen de Dios que está en ella.
Es como si maldijéramos al mismo Señor.
Maldecir está prohibido para el cristiano, pero
bendecir a quien lo persigue es una orden. En el Sermón del Monte, Jesús se
refirió a la prohibición de maldecir: “Pero yo os digo: Amad a vuestros
enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os
aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen…” Mateo
5:44. Esta es la actitud de un corazón
que ha sido transformado profundamente por la mano del Señor Jesucristo.
El mejor
ejemplo de todos
Uno puede preguntarse qué hace en el caso de solo
recibir ofensas y maltrato de parte de una persona: un esposo/a, amigo,
compañero de trabajo, incluso hermanos de la misma fe, etc. Es muy sencillo
saberlo: debemos hacer lo que Jesús hizo, “quien cuando le maldecían, no
respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino
encomendaba la causa al que juzga justamente; 1 Pedro 2:23. El Señor hacía dos
cosas: 1) Bendecía, pues no respondía con maldición. 2) Se lo dejaba todo al
Señor.
Aunque sabemos esto, y sufriendo el maltrato injusto
de una persona, podríamos preguntarnos: “¿Pero cómo voy a permitir que me
traten de esa manera? Tengo que hacer algo”. Si tenemos esta actitud es porque
nuestra mente no logra comprender el significado profundo de las cosas
espirituales, actuamos bajo nuestro parecer, y lógicamente, siempre estamos
razonando naturalmente. Debemos seguir el ejemplo de Jesús.
Algunas formas de evitar maldecir:
1.
Seamos conscientes que
como cristianos somos llamados a usar correctamente nuestra boca. La única
forma en que debemos usar nuestra boca es para bendecir y mencionar solo las
maravillosas cosas que Dios ha hecho con nosotros y a nuestro alrededor:
“Manantial de vida es la boca del justo.” Proverbios 10:11.
2.
Una solución práctica
para no caer en la maldición es llenar nuestros pensamientos con la Palabra de
Dios, oírla, leerla, meditarla. Cuando
una persona hace esto es muy difícil que caiga en el hábito de maldecir.
3.
Practicar la oración por
aquellos que nos ultrajan, pidiendo en ella bendiciones por sus vidas.
4.
Dejar de hablar de otras
personas y conscientemente hablar bien de ellas, para que lo bueno sustituya lo
malo en nuestra boca.
5. Sea consciente de la gravedad de este pecado, de esa forma podrá evitarlo.
Evite caer en esta práctica, y si ya lo hace, procure salir de ella, use su boca para aquello para lo cual fue creada: la honra y gloria de Dios.
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