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EL PROFETA ELÍAS: A LA MANERA DE DIOS ES MEJOR



D
1R.19:11,12
ios no trabaja como nosotros queremos, lo hace de la forma más sabia y correcta. Un episodio en la vida del profeta Elías nos ayudará a entender que en esas ocasiones, cuando todo parece ir mal, y que evidentemente Dios debería hacer algo inmediatamente para solucionar la situación, él actúa de la forma menos esperada, pero actúa, con un plan sabio y maravilloso.

En el siglo nueve antes de  Cristo, llegó al trono de Israel el rey Acab.  Su esposa era la emblemática Jezabel, una princesa fenicia, adoradora fiel del dios Baal. Ella hizo florecer la idolatría entre los israelitas, y se propuso acabar con la religión de Jehová, persiguiendo y matando a los profetas del Señor, desmontando toda práctica de culto al Dios verdadero. La persecución a los fieles del Señor fue tan grande, que Abdías, mayordomo del rey Acab, valientemente escondió a cien profetas del Señor en dos cuevas. Abdías era un adorador del Dios verdadero. 1R.18:2,3.

Las circunstancias en Israel eran angustiantes: una gran sequía llevó al pueblo a padecer hambre. La persecución religiosa era intensa, y los pocos fieles que quedaban debían huir o mantenerse escondidos. Imagine por un momento el panorama y la angustia de quienes le eran fieles al Señor. Muchos de ellos seguro cuestionaban al Señor, reclamando que por qué sufrían tanta opresión si habían sido fieles. Pero la voz de Dios parecía estar muda. Cuando la angustia presiona y la voz de Dios “calla”, parece que ser fiel no tiene sentido.

Una figura de esperanza

Dios envió a un poderoso profeta para combatir la maldad de Acab y su mujer, Jezabel: al profeta Elías, poderoso en acción y muy valiente. Según 1R.18, Elías convocó al rey Acab y a los profetas de Baal en el Monte Carmelo, y allí, hizo una competencia con ellos delante del pueblo reunido para comprobar quién era el verdadero Dios, si Baal o el Dios de Israel.

Los profetas de Baal sacrificaron un toro para ofrecerlo como ofrenda, y pedirle a su dios fuego del cielo que quemara el animal que yacía destazado en un altar. 1R.18:26. Los 450 profetas idólatras pasaron buena cantidad del día pidiendo el fuego que quemara el sacrificio, pero nada pasó. Incluso, Elías aprovechó para burlarse de ellos y de su dios. 1R.18:27.

Cuando llegó el turno de Elías, el fuego descendió inmediatamente sobre el toro que él había ofrecido al Señor, lamiendo hasta el agua que había caído en una zanja alrededor del altar. Acto seguido, Elías ordenó al pueblo que estaba allí que atraparan a los falsos profetas de Baal, y con su ayuda, los mató a todos en el arroyo Quisón. La actitud de Elías era potente y de grandes proezas. Acabó con aquellos hombres de un plumazo. Al ver la religión israelita en peligro, él pensaba que esa era la forma de resolver el problema, matando a los baalistas si era necesario: a grandes problemas, grandes soluciones. Sencillamente, llegó a “cortar cabezas” para resolver el problema religioso que agobiaba a la norteña nación israelita.

Cuando la realidad nos enfrenta



Cuando la reina Jezabel se enteró de lo que Elías le hizo a sus profetas, le mandó un mensaje, 1R.19:2: «Te voy a matar como tú hiciste con los profetas de Baal. Si mañana a esta hora no estás muerto, que los dioses me maten a mí». TLA. La reacción de Elías ante la amenaza fue un poco extraña: se asustó y huyó, 1R.19:3,4. ¡Después de matar a 450 hombres, siente temor por la amenaza de una señora! Pero claro, toda conducta tiene una explicación de fondo.

Al parecer, el gran profeta del Antiguo Testamento había caído en una gran frustración, y todo hace indicar que culpaba a Dios por todo lo que estaba ocurriendo. Entre las cosas que decía, están las siguientes:

Después se sentó debajo de un arbusto, y estaba tan triste que se quería morir. Le decía a Dios: «¡Dios, ya no aguanto más! Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados». 1R-19:4. Él contestó: —Yo me he preocupado mucho por obedecerte, pues tú eres el Dios todopoderoso. El pueblo de Israel ha abandonado el pacto que tiene contigo, ha destruido tus altares y ha matado a tus profetas. Sólo yo estoy vivo, pero me están buscando para matarme. 1R.19:10.
No es muy difícil comprender lo que pasó con este hombre, porque nos ha ocurrido a nosotros también en muchas ocasiones. Han pasado cosas malas ante nuestros ojos, cosas que evidentemente requieren una “intervención inmediata del Señor”. “Él debería hacer justicia y poner en su lugar a los que obran mal”. Si fuera por nosotros, decapitaríamos, como lo hizo Elías con los 450 profetas de Baal, a todos aquellos que vayan en contra de lo correcto y aceptable. Al mejor estilo de Hollywood, en la última escena acabaríamos con toda la maldad y con los malos.

Cuando Elías huyó a Horeb, iba confundido:  por qué si hacía la voluntad del Señor estaba a punto de ser eliminado. A la vez se sentía frustrado, porque él “estaba convencido que hacía lo correcto”, pero no entendía por qué las cosas estaban saliendo mal. Una frase que repite constantemente este profeta, nos deja ver el grado de frustración que sentía y el resentimiento hacia el Señor por no respaldar lo que él hacía para defender la religión verdadera: “—Yo me he preocupado mucho por obedecerte, pues tú eres el Dios todopoderoso. El pueblo de Israel ha abandonado el pacto que tiene contigo, ha destruido tus altares y ha matado a tus profetas. Sólo yo estoy vivo, pero me están buscando para matarme.” 1R.19:10, 14. Esta respuesta de Elías a Dios, demuestra por lo menos dos cosas:

1.    Elías había hecho todo para salvar la fe en el Señor, pero al parecer a Dios no le importaba, “solo Elías se preocupaba por la situación de idolatría”.
2.    Este hombre se sentía víctima del Señor, porque a pesar de preocuparse por su causa, para colmo, ahora lo buscaban para matarlo.

Esto nos pasa casi a todos: vemos malos hombres en los gobiernos, en las iglesias, en nuestras familias, y creemos que la justicia no se debe hacer esperar. Elías sintió una inmensa frustración porque él consideraba que había hecho un gran trabajo procurando restablecer el orden en Israel eliminando la falsa religión, pero parecía que Dios no quería ayudarlo. Si por él hubiera sido, habría decapitado a todos aquellos que no confesaran al Dios verdadero.  En su mente, él llegaba a poner en orden la casa, a costa de cualquier cosa, pero al no sentir ni siquiera el apoyo del Señor, le pareció mejor huir.

Así somos nosotros.  Así es nuestra justicia: queremos resultados inmediatos ante lo que parece incorrecto e injusto. Pero aunque parece que la maldad triunfa, Dios nunca está inerte ante ella, está actuando, pero no como nosotros queremos, sino sabiamente para lograr un buen resultado. ¡Imagínese que el Señor actuara con la rapidez con la que actuamos nosotros! Seguramente ni nosotros existiríamos ya en este mundo.

Un silbido apacible

Elías huyó hacia el monte Horeb, y estando en ese lugar, Dios le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías? Esta pregunta es muy importante, haciéndola en sentido positivo, debería decir: “este no es tu lugar”. Cuando Elías vio que las cosas no se resolvían en su nación, y que por el contrario, hasta querían matarlo a pesar “de todo su esfuerzo por restablecer el orden”, decidió abandonarlo todo y huir. Abandonó su llamado profético.  Ya no quería saber nada, porque solo él se interesaba por la situación del pueblo, y Dios, quien debía estar más interesado, se mantenía indiferente. Entonces, para qué seguir, era mejor huir.

Lo que ocurrió en aquella cueva de Horeb es importante para nuestra reflexión y cambio de actitud. Hay una escena extraña, un poco oscura para la comprensión, pero que armoniza perfectamente con toda la historia y el contexto de lo que ocurrió, tanto con Israel como con Elías:

Entonces Dios le dijo: —Sal afuera de la cueva y párate delante de mí, en la montaña. En ese momento Dios pasó por ahí, y de inmediato sopló un viento fuerte que estremeció la montaña, y las piedras se hicieron pedazos. Pero Dios no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto. Pero Dios tampoco estaba en el terremoto.   Después del terremoto hubo un fuego. Pero Dios tampoco estaba en el fuego. Después del fuego se oyó el ruido delicado del silencio. 1R.19:11,12, TLA.
Dios no estaba en aquellas cosas portentosas, en el viento, en el terremoto, en el fuego. Es como decir, que Dios no está en las soluciones apresuradas y violentas, como matar a todo aquel que se atraviese en nuestro camino, “porque la ira del hombre no lleva a cabo la justicia de Dios”, Stg.1:20, RVA. Elías pensaba que su actitud era respaldada por Dios, pero el Señor tuvo que aclararle que él no estaba “en el viento, en el terremoto ni en el fuego”. Pero cuando el silbido apacible se escuchó, Elías presenció la gloria de Dios, y escuchó su voz, la cual le dio instrucciones para solucionar la problemática herética de Israel. 1R.19:13.

¿Qué nos enseña esto? Que el Señor jamás se queda en silencio.  Que a pesar de que nosotros queramos solucionar las cosas de manera portentosa, viento, terremoto y fuego, él no solo actúa de esas formas, también lo hace de forma silenciosa, apacible. Parece que es indiferente, que no hace nada, mientras nosotros ardemos de ira y de frustración porque queremos resolver furiosamente las cosas y “hacer justicia”. ¡Pero, aun en el silencio, él está trabajando!

Quien actúa con enojo y con “su propia justicia” no es instrumento de Dios para hacer lo correcto en medio del caos. Parece que Elías comprendió esa realidad y regresó a Israel para seguir con su misión.  Entendió que el Señor hace justicia de forma diferente, y se toma su tiempo para hacerla.

REFLEXIONEMOS:

En mis años de ministerio he pasado por momentos difíciles. Quizás lo más difícil es escuchar las voces que dicen: debes hacer algo, eres el responsable, no permitas más esa conducta. Todo esto se resume en “hay que cortar cabezas”. Algunas veces escuché que me decían tonto.

Después que los años han transcurrido, agradezco a Dios no haber sido impetuoso y dejar que las cosas fueran acomodándose en su propio espacio. Después que en algunas ocasiones actué locamente, me arrepentí, hubiera querido regresarme en el tiempo y corregir las malas decisiones.

Es cierto, hay situaciones que nos invitan a actuar con rapidez y justicia. Queremos actuar y que un fuerte viento provoque un terremoto que queme a todos aquellos que hacen mal. Pero debemos recordar que Dios no está inerte, inactivo, él está actuando sabiamente.  Las cosas las lleva a feliz término cuando dejamos que su mano poderosa nos guíe en cualquier situación por abrumadora e injusta que parezca.

Lo que ocurre cuando actuamos con nuestras propias manos es que la angustia aumenta y perdura más de lo debido. Por eso, es mejor dejar que el poder apacible y silencioso de Dios actúe en esos momentos difíciles.

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