OREN POR MI HIJA...
La señora Chamorro nos enseñó la
verdadera forma de interpretar la Biblia, aunque ella jamás había asistido a un
instituto bíblico. Su hermenéutica consistía únicamente en practicar lo que
enseña la Escritura, y esperar los resultados. Esa mujer estaba llena de
paciencia y perseverancia en la
oración.
Cada lunes que nos reuníamos para
orar, ella solicitaba una oración: “pido a Dios por mi hija, tengo muchos años
de no saber nada de ella”. Lo que pasó fue que la hija de esta anciana había
abandonado el hogar rumbo a un país extranjero, y en su viaje se olvidó de
comunicarse con su anciana madre.
Cada lunes de oración la mujer pasaba
esa misma petición, con perseverancia, siempre constante. Pasaron varios años
con la misma solicitud. Creo que esa mujer hizo esa petición durante unos cinco
años en cada culto de oración, y también diariamente en sus oraciones
personales. Tengo que confesar que aquella petición llegó a “fastidiarme un
poquito”, porque esa madre hacía esa petición “todos los lunes del mundo, aparentemente,
sin ningún resultado”. Me decía para mí mismo, “esta anciana no se cansa, a
pesar de no tener una respuesta a esa petición”. Ahora comprendo que yo pensaba
mediocremente, porque solo quien no tiene fe pide por un tiempo, y cuando no
recibe nada, deja de pedir. La Señora Chamorro no, porque sin importarle a
quién incomodara con su petición, ella siempre pasaba el papelito aquel con la
leyenda “pido a Dios por mi hija, tengo muchos años de no saber nada de ella”.
Me causa una gran impresión imaginar la manera en que ella oraba a solas, allí
en la intimidad de su habitación, a las orillas de su cama, seguramente
llorando muchas veces. Aquellas peticiones debieron ser cargadas de emociones y
mucho ruego: “Señor, quiero saber dónde está mi hija, que ella regrese, quiero
verla”. Después de todo se trataba de la hija que se formó y salió de sus entrañas.
Un lunes, después de casi cinco años
de pedir a Dios lo mismo, con perseverancia, paciencia, constancia, la mujer
pasó una nota en la cual decía: “quiero darle gracias a Dios, porque ya tengo
noticias de mi hija”. Para todos nosotros fue maravilloso el que por fin la oración de aquella madre fuera
contestada. Al terminar la reunión, la mayoría felicitamos a la señora
Chamorro.
Algunos meses después, otra nota de la
anciana que decía: “pido sus oraciones, porque voy a viajar a Estados Unidos
para reunirme con mi hija”. La anciana madre no solo recibió la noticia que
tanto había esperado sobre su hija, sino que también Dios le dio algo que ella
no estaba pidiendo: viajar al lado de la hija para pasar tiempo con ella.
Cuando la señora regresó de su viaje,
fui a visitarla. Me contó con toda emoción la experiencia del viaje, las
condiciones de su hija y la familia que la joven ahora tenía. Conoció nietos que
no esperaba encontrar, y la experiencia de viajar a un país extraordinario.
Esta historia posiblemente no tenga
nada de extraordinaria, pues seguramente estas cosas pasan a diario alrededor
del mundo, pero la lección es realmente impresionante: Dios nos ha mandado a
orar con paciencia y perseverancia, a agarrarnos fuertemente del cielo, hasta
que el trono de Dios nos entregue las bendiciones que estemos pidiendo.
Efesios 6:18 es el único sitio en la Biblia donde aparece la palabra proskarterēsis, perseverancia, derivada
del verbo proskartereō, cuyo sentido es la actitud de atender
constantemente, continuar sin desvíos, adherirse firmemente, agarrarse bien
de… Quiere decir, entonces, que la
actitud más apropiada en la oración, cuando queremos algo del Señor, es
adherirse fuertemente al cielo, en súplica, sin perder de vista el objetivo de
nuestra oración o petición, aunque parezca que nada está sucediendo.
Ocurre que cuando oramos sin que la
respuesta aparezca de inmediato o por lo menos que parezca no venir, el
desánimo invade la mente y eso desvía las fuerzas de nuestras oraciones. Sin
embargo, somos llamados a mantenernos orando por lo que queremos, sin
desanimarnos, sin desviarnos, agarrándonos del cielo, adheridos a él como el
niño a su madre. La parábola del Señor sobre la viuda insistente ante el juez
malvado, es el comentario más claro sobre el término perseverancia, Lc.18:1-8.
Orar, y orar, y seguir orando, “aunque
nada ocurra”. Esa actitud es la que
demuestra que realmente queremos lo que pedimos. Dios odia “las olas del mar” porque hoy piden
y mañana no. Si alguien comienza con una petición, y al poco tiempo la deja,
eso indica que realmente no quería lo que pedía. Porque solamente alguien sin
interés en su petición, abandona rápidamente lo que pide.
La intensidad de un deseo, es la
fuerza que nuestras oraciones necesitan para perseverar hasta recibir nuestras
peticiones.
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