…Y TAMBIÉN A PEDRO…
En la Biblia encontramos cientos de personajes, con temperamentos
distintos, errores y aciertos, trascendentes e intrascendentes, emprendedores y
fracasados, en fin, un universo de características fascinantes. En medio de ese
mar de gente, hay alguien que se levanta, que es notorio, que se ha dejado ver
todos estos siglos de cristianismo: Pedro, el humilde pescador, de gran
temperamento.
Vivía en la parte septentrional del lago de
Galilea, y aparentemente era miembro de una cooperativa o empresa de
pescadores, cuyos integrantes eran su hermano Andrés, y los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan. Al parecer, estos pasaron juntos probablemente desde la
juventud. ¡Quién diría que aquel cuarteto sería protagonista de la más
fascinante historia jamás contada!
Su primer encuentro con Jesús
El primer encuentro con el Señor manifiesta
algo importante: al parecer él y su hermano Andrés buscaban ese contacto
personal con Dios, necesitaban aferrarse a una esperanza espiritual. El texto
de Juan 1:40-42 solo dice que Pedro es presentado con Jesús, después de oír que
el humilde carpintero de Nazaret era el Mesías. A pesar de que el nombre de
Pedro significa trozo de roca, tal parece que la presencia de Jesús lo convirtió
en un hombre abierto y sensible, dispuesto a la conversión. Pedro no cuestiona,
no duda, simplemente recibe un cambio de nombre e inicia su comunión con el
Señor.
Mientras los días pasan, la conciencia de Pedro
se abre, y reflexiona sobre las palabras del joven rabino que acaba de conocer,
y llega a la conclusión que como hombre él necesita cambiar, se siente lleno de
pecado. Lucas nos cuenta, 5:6-9, que después de una pesca milagrosa, Pedro
comprende que está ante un ser extraordinario como lo era Jesús, y se confiesa
pecador. Y es que mientras más comunión
tenemos con el Señor, más evidentes se nos hacen nuestros defectos y errores, y
viene a nosotros un deseo profundo de mejorar, de ser otros. A partir de aquella pesca milagrosa, Pedro y
otros discípulos siguen fielmente a Jesús, con el ánimo de cambiar, y con la
firme idea que por fin alcanzaron la esperanza que tanto anhelaban.
Promesa y negación
Después de algunos años con Jesús, Pedro se
convence de que por su Maestro estaba dispuesto a dar su propia vida, y esta es
la promesa que hace el pescador la triste noche en que el Señor fue entregado:
“Señor, estoy dispuesto a poner mi vida por ti”. Pocas horas faltaban para
demostrar si aquella promesa era cierta.
Estoy convencido que Pedro prometió
sinceramente dar la vida por Jesús. Sin
duda alguna aquella promesa de lealtad salió desde lo más hondo del corazón del
pescador. Lamentablemente, en la primera oportunidad, negó conocer a Jesús. Francesco DeVito,
protagonista de Pedro en “La Pasión de Cristo”, hace una interpretación
magistral del momento en que aquel discípulo negó al Señor. Cuando vi aquella
escena, lloré, porque me parecía realmente estar viendo al mismo Pedro llorar
amargamente después de cruzar una mirada con Jesús, mirada que le recordaba las
palabras del Señor de que lo negaría. Aquel actor interpretó un llanto de
profunda amargura, tal y como el apóstol debió hacerlo. ¡Qué momento más triste para Pedro!
Probablemente haya que dudar de las personas
que te prometen lealtad hasta el fin, pues seguramente en la primera
oportunidad serán desleales. Una persona leal no promete, sencillamente está
allí, a la par, en los buenos, pero sobre todo, en los malos momentos. Juan no
hizo ninguna promesa, pero lo vemos al pie de la cruz, junto a la madre de
Jesús. No obstante, con Jesús nunca se es culpable para siempre.
Y también a Pedro…
El primer día de la semana, después de la
crucifixión, cuando las mujeres llegan para anunciar que el Señor había resucitado,
Pedro es el primero en correr, seguido por Juan. Pero a mitad de camino, un pensamiento vino a
la cabeza de Pedro: “y si en verdad resucitó, qué me va a decir cuando lo vea”.
Este pensamiento taladró la mente de Pedro, y desaceleró su paso, porque un
inmenso peso de conciencia se posó sobre él. ¡POBRE PEDRO! Lleno de
culpa, de temor, con vergüenza incluso ante los otros discípulos que ya sabían
de la negación.
Jesús, el Señor, compasivo, amoroso y capaz de perdonar siente que hay
un asunto prioritario: decirle a Pedro
que ha resucitado: “Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: ‘Él va
a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo.” Mar 16:7. ¿Por qué con especial interés en Pedro? Porque Jesús sabía lo que este discípulo
estaba sufriendo por el error de la negación. Quiso consolarlo y le envió un
mensaje: Pedro, pronto nos veremos nuevamente.
Reivindicación
Una mañana, a las orillas de un lago, Jesús
termina de afianzar a Pedro, delegándole una misión: apacienta mis corderos. El
discípulo siente que ya no es digno de confianza, pero el Señor es el Dios de
las segundas oportunidades, y Pedro entiende finalmente que Jesús no ve las
cosas como las ve un hombre mortal, él las ve desde su santidad y su perfecto
amor, incluso, cuando somos desleales.
Después de este encuentro y confirmación, la
convicción de Pedro hacia Jesús se afirmó, y se consagró de tal manera, que la
misma tradición cuenta que Pedro fue crucificado de cabeza por no haber negado
a su Señor. En Pedro vemos una vida que va de menor a mayor, que cobardemente
niega, pero que heroicamente es sacrificado por aquel a quien ama
profundamente. Una transformación total.
Nosotros también somos Pedro, y es importante
que en algún momento tengamos que hacer el gesto heroico de morir por Jesús. Crezcamos
en nuestra fe, tal como Pedro lo hizo.
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