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…Y TAMBIÉN A PEDRO…



Lic. Bruno Valle G.

En la Biblia encontramos cientos de personajes, con temperamentos distintos, errores y aciertos, trascendentes e intrascendentes, emprendedores y fracasados, en fin, un universo de características fascinantes. En medio de ese mar de gente, hay alguien que se levanta, que es notorio, que se ha dejado ver todos estos siglos de cristianismo: Pedro, el humilde pescador, de gran temperamento.

Vivía en la parte septentrional del lago de Galilea, y aparentemente era miembro de una cooperativa o empresa de pescadores, cuyos integrantes eran su hermano Andrés, y los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Al parecer, estos pasaron juntos probablemente desde la juventud. ¡Quién diría que aquel cuarteto sería protagonista de la más fascinante historia jamás contada!

Su primer encuentro con Jesús

El primer encuentro con el Señor manifiesta algo importante: al parecer él y su hermano Andrés buscaban ese contacto personal con Dios, necesitaban aferrarse a una esperanza espiritual. El texto de Juan 1:40-42 solo dice que Pedro es presentado con Jesús, después de oír que el humilde carpintero de Nazaret era el Mesías. A pesar de que el nombre de Pedro significa trozo de roca, tal parece que la presencia de Jesús lo convirtió en un hombre abierto y sensible, dispuesto a la conversión. Pedro no cuestiona, no duda, simplemente recibe un cambio de nombre e inicia su comunión con el Señor.

Mientras los días pasan, la conciencia de Pedro se abre, y reflexiona sobre las palabras del joven rabino que acaba de conocer, y llega a la conclusión que como hombre él necesita cambiar, se siente lleno de pecado. Lucas nos cuenta, 5:6-9, que después de una pesca milagrosa, Pedro comprende que está ante un ser extraordinario como lo era Jesús, y se confiesa pecador.  Y es que mientras más comunión tenemos con el Señor, más evidentes se nos hacen nuestros defectos y errores, y viene a nosotros un deseo profundo de mejorar, de ser otros.  A partir de aquella pesca milagrosa, Pedro y otros discípulos siguen fielmente a Jesús, con el ánimo de cambiar, y con la firme idea que por fin alcanzaron la esperanza que tanto anhelaban.

Promesa y negación



Después de algunos años con Jesús, Pedro se convence de que por su Maestro estaba dispuesto a dar su propia vida, y esta es la promesa que hace el pescador la triste noche en que el Señor fue entregado: “Señor, estoy dispuesto a poner mi vida por ti”. Pocas horas faltaban para demostrar si aquella promesa era cierta.

Estoy convencido que Pedro prometió sinceramente dar la vida por Jesús.  Sin duda alguna aquella promesa de lealtad salió desde lo más hondo del corazón del pescador. Lamentablemente, en la primera oportunidad, negó conocer a Jesús. Francesco DeVito, protagonista de Pedro en “La Pasión de Cristo”, hace una interpretación magistral del momento en que aquel discípulo negó al Señor. Cuando vi aquella escena, lloré, porque me parecía realmente estar viendo al mismo Pedro llorar amargamente después de cruzar una mirada con Jesús, mirada que le recordaba las palabras del Señor de que lo negaría. Aquel actor interpretó un llanto de profunda amargura, tal y como el apóstol debió hacerlo.  ¡Qué momento más triste para Pedro!

Probablemente haya que dudar de las personas que te prometen lealtad hasta el fin, pues seguramente en la primera oportunidad serán desleales. Una persona leal no promete, sencillamente está allí, a la par, en los buenos, pero sobre todo, en los malos momentos. Juan no hizo ninguna promesa, pero lo vemos al pie de la cruz, junto a la madre de Jesús. No obstante, con Jesús nunca se es culpable para siempre.

Y también a Pedro…

El primer día de la semana, después de la crucifixión, cuando las mujeres llegan para anunciar que el Señor había resucitado, Pedro es el primero en correr, seguido por Juan.  Pero a mitad de camino, un pensamiento vino a la cabeza de Pedro: “y si en verdad resucitó, qué me va a decir cuando lo vea”. Este pensamiento taladró la mente de Pedro, y desaceleró su paso, porque un inmenso peso de conciencia se posó sobre él. ¡POBRE PEDRO! Lleno de culpa, de temor, con vergüenza incluso ante los otros discípulos que ya sabían de la negación.

Jesús, el Señor, compasivo, amoroso y capaz de perdonar siente que hay un asunto prioritario: decirle a Pedro  que ha resucitado: “Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: ‘Él va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo.” Mar 16:7.  ¿Por qué con especial interés en Pedro? Porque Jesús sabía lo que este discípulo estaba sufriendo por el error de la negación. Quiso consolarlo y le envió un mensaje: Pedro, pronto nos veremos nuevamente.

Reivindicación

Una mañana, a las orillas de un lago, Jesús termina de afianzar a Pedro, delegándole una misión: apacienta mis corderos. El discípulo siente que ya no es digno de confianza, pero el Señor es el Dios de las segundas oportunidades, y Pedro entiende finalmente que Jesús no ve las cosas como las ve un hombre mortal, él las ve desde su santidad y su perfecto amor, incluso, cuando somos desleales.

Después de este encuentro y confirmación, la convicción de Pedro hacia Jesús se afirmó, y se consagró de tal manera, que la misma tradición cuenta que Pedro fue crucificado de cabeza por no haber negado a su Señor. En Pedro vemos una vida que va de menor a mayor, que cobardemente niega, pero que heroicamente es sacrificado por aquel a quien ama profundamente. Una transformación total.

Nosotros también somos Pedro, y es importante que en algún momento tengamos que hacer el gesto heroico de morir por Jesús. Crezcamos en nuestra fe, tal como Pedro lo hizo.  

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