INDIO DE AMÉRICA
Dicen algunas personas en internet que al público nada le interesa quién es uno. Puede ser. Bueno, bajo el riesgo que esto sea así, tomo unos minutos para presentarme:
Soy un indio de América, y vivo
en la franja mesoamericana que recorre como una vértebra esa parte meridional
de México, toda Guatemala, Belice, El Salvador, partes de Honduras, el occidente
de Nicaragua y Costa Rica. Sospecho que tengo orígenes nagrandanos, porque mi
padre, y mi abuela, procedían del occidente de mi país, donde estaban instalados
los nagrandas.
Pero como nada es puro en esta
bolita de tierra, según el maestro Google yo debo poseer un 1/2 de europeo, 1/6
de indígena, y 1/3 de africano, o por lo menos eso dicen las evaluaciones autosómicas moleculares de ADN de la
Universidad de Zaragoza, España.
En pocas palabras, soy mestizo.
Mi
madre, una mujer proveniente de Matagalpa, ciudad septentrional de mi país, es
blanca, de facciones hermosas, nariz aquileña, estatura promedio, pero también
con sus raíces indígenas, de gente esforzada de esa parte norteña, no por nada
dicen que los indios matagalpa están con las flechas en la mano para defenderse
de la injusticia.
Cuando
era niño, de unos diez años, Mayra, una linda muchacha de unos dieciséis años,
vecina en nuestra calle, me enseñó a vestir el traje típico de mi país, y con
ella aprendí, junto a otros niños, a bailar folclor, siguiendo los pasos que la
música de marimba me indicaba. Todas las
noches íbamos a su casa a las prácticas folclóricas, y de vez en cuando
hacíamos presentaciones para la comunidad.
Un
día, alguien se burló de mi forma de hablar: “sos muco” – me dijo – como si él
hablaba mejor que yo. Los nicaragüenses no pronunciamos la “S”, y cuando lo
hacemos, suena como “J”. Yo hablo “el español de América”, y más propiamente
dicho, “el español de Nicaragua”, porque vaya usted a saber, la lengua es una,
pero el habla se divide por regiones y países. Todavía recuerdo a la doctora
Rosales explicándonos que la lengua es un fenómeno social, porque millones
hablamos una misma lengua, en este caso, el español. Pero, la forma en que
hablamos esa lengua, es muy particular. Así que nadie habla mejor que nadie, simplemente,
tiene una forma muy personal de hablar su lengua. Imagínese, alguien que carece de algunas
piezas dentales, la realización de los sonidos en su boca difiere de aquel que
tiene intacta su dentadura. Aunque sin duda alguna, hay “unos españoles” que
suenan más bonitos que otros, sin decir que los demás son feos. Cuando aprendí
que el habla es “una marca de identidad”, me sacudí la inhibición de creer que
hablo “raro” con relación a otras personas de otros lugares de América. Nadie debería
sentir ni orgullo o vergüenza de como habla, simplemente debería sentirse
agradecido de tener una voz.
Aparte
del habla, otra marca que identifica la personalidad de una sociedad es lo que
comemos. Todos mis cuñados viven en Estados Unidos, y cuando hablan con mi
esposa, siempre les escucho hablar de sus antojos de algún plato de nuestro
país. Nuestra dieta está basada en el maíz, ese fruto prodigioso que es multifacético. De él se puede hacer pan, tortillas, tamales,
bebidas, atoles, cereales, licores y sabrá Dios cuántas cosas más.
En
fin, se pueden decir muchas cosas de la identidad. Aunque no hay peor cosa que
desconocer sus raíces, y por lo tanto, querer imitar a otros, que sabrá Dios
qué son y de dónde proceden. Es maravilloso saber quiénes somos, de donde
venimos, los sustratos que corren por nuestras venas, y a partir de eso,
construir nuestro futuro.
Es
indispensable saber quiénes somos, hombres de América, una tierra maravillosa,
llena de impresionantes recursos naturales, de gente araucana extraordinaria,
indios mapuches, incas, mayas, aztecas, cuya lengua franca, el Náhuatl, aún
pervive en el español mediante muchas expresiones: apapachar, chocolate, aguacate,
jícara, cuate, popote, chicle, canica, y que tal ese nombre tan bonito, Xóchitl,
cuya terminación es explosiva y significa “flor”.
Hay
que ver el pasado de ascendencia para aprender, para saber nuestro origen y
construir nuestro destino. Nunca hay que ver el pasado para victimizarnos. “Las
venas abiertas de América Latina”, que Galeano escribió a inicios de los 70´
terminó de abrir más esas venas para desangrar al latino, ubicándolo como
víctima de otro continente, narrando las desgracias para llover sobre mojado. ¡Lo
que pasó, pasó! Hay que ver hacia adelante y dejar de victimizarnos.
Un vivo ejemplo de esto que he
querido comunicar: Yalitza Aparicio, una hermosa indígena que saltó a la fama
en 2018, por protagonizar la película “Roma”. La revista Time la clasificó como
«la mejor actuación de 2018, y por si fuera poco, en 2019, calificó a Yalitza como
una de las 100 personas más influyentes del mundo. Ha sido nominada a varios
premios, inclusive a El Oscar. Fue lamentable cuando “varias de sus compatriotas”
vociferaron contra ella ocultamente, molestas porque fue nominada por los
premios “Ariel” como mejor actriz. Sin embargo, esta muchacha continúa
cosechando éxitos, precisamente por sus raíces y su colosal talento como actriz.
No hay que avergonzarse, menos
victimizarse. Hay que construirnos, poniendo como base los enormes sustratos
que yacen en nosotros, sabiendo que esto nos hace únicos, muy especiales. Mientras
no tengamos conciencia y alegría de lo que somos, difícilmente podremos
realizarnos plenamente en esta vida, porque quiéralo o no, somos lo que somos,
y si por alguna desventura lo negamos, seguiremos siendo eso: indios de
América.
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