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HISTORIA DE MIS LIBROS



En casa de mi novia había muchos libros, un par de enciclopedias, que para esos tiempos era el internet del que se disponía. Algunos libros sueltos de temas sumamente interesantes. Mi cuñada me prestó uno, el primero que leí en mi vida: un grueso tomo de 32 páginas, que por no tener la costumbre, me pareció eterno.  Me llené de alegría cuando finalmente lo concluí.

A los dieciséis años, cuando llegué al grupo de jóvenes de nuestra congregación, noté que varios muchachos llegaban con libros en sus manos, libros que presuntamente estaban leyendo, y por supuesto, mis neuronas espejo me hicieron querer imitar aquel hábito de mantener en mis manos algo para leer.

En 1988 ingresé al instituto bíblico, y sí o sí, debía aferrarme a la lectura. Quiero confesarle a usted que me lee, algo muy personal, y por favor entienda que siento la confianza de decírselo, sabiendo que no me juzgará: mi papá tenía unas piezas de bicicletas, así que, decidí tomar una, sin que se diera cuenta, y la vendí. Con el dinero, compré mis primeros tres libros, los títulos que estaban en promoción en la librería, y lo único que podía comprar.

Siempre que podía, en las clases de jóvenes que me tocaba impartir, presentaba algunos conceptos que iba aprendiendo en mis lecturas diarias.  Los miembros de la iglesia pronto me conocieron como el joven que leía mucho. Julio Pérez, un hermano adulto y respetado en la congregación, tenía algunos libros que puso a mi disposición, si yo llegaba a su casa a leerlos. Era difícil conseguir libros en mi país en aquella época de los 80´, que fue nombrada como la noche oscura por Juan Pablo II, debido al gobierno comunista que dominaba el país, cuyo único logro fue racionar todo, hasta la sal. No teníamos acceso a casi nada, y quien tenía libros podía considerarse muy afortunado.

Sin embargo, con el paso del tiempo, fui colectando mi biblioteca personal, que poco a poco fue creciendo. La mayoría de volúmenes era un regalo de algunos hermanos. Leí muchos libros prestados, que sí devolví a sus dueños. Cuando nuestro líder de jóvenes se marchó del país, dejó a varios de nosotros todos sus libros. Yo me quedé con un tomo muy importante: la concordancia greco-española compilada por Hugo Petter. Esta fue para mí una herramienta muy útil en mis estudios del Nuevo Testamento. A finales de los 90´ quizás tenía unos doscientos libros.

Por razones socioeconómicas, en 1993 tuve que emigrar a Costa Rica, esa gran nación, llena de bellos paisajes y gente maravillosa. Hacia allá cargué con todos mis libros, mi esposa llevó los que faltaban. Cada sábado solía ir a las librerías a buscar algo para comprar. Descubrí una librería muy buena de libros usados, y rebuscaba por sus estantes para encontrar algo de mi interés. El olor del papel envejecido, la oscuridad amarillenta de algunas páginas, eran detalles insignificantes a la par del gran contenido que algunos libros presentaban. Mi biblioteca seguía creciendo, y cuando regresé a mi país, después de cuatro años de ausencia, le pedí a un par de amigos que se ocuparan de traer de regreso a Nicaragua, todos mis libros.

Yo tenía mucho interés en leer “Juan Salvador Gaviota”, una fábula bellísima, de Richard Bach, y encontré la oportunidad en una ocasión, cuando fui enviado a una librería a instalar unos muebles.  En los ratos libres, tomaba el libro del estante donde se presentaba, y lo leí hasta terminarlo. Aquella librería era un hermoso santuario para mí, en el que podía ser ungido con la lectura, aunque fuera de esa manera, tomando los libros de sus estantes cada vez que tenía oportunidad.

He leído miles de libros a lo largo de 35 años.  Mi biblioteca es mi refugio, es mi hogar, es mi deleite cotidiano.  Soy feliz entre mis libros. Sinceramente, no puedo entender a esos muchachos que quieren ganar muy bien, pero no quieren leer, no comprenden que un libro es más liviano que una pala. Leer es el camino a la grandeza y sobre todo, a la libertad. Me cansé de escuchar a esos sectarios que creen que son los únicos que pueden entender e interpretar.  Seguramente si leyeran al menos un poco, jamás se creerían únicos.

Aprovecho para mencionar, que aparte de la biblia, tres son los libros que han cambiado la historia de mi vida: Predicando con Frescura, de Bruce Mawhinney, una extraordinaria novela sobre homilética. En segundo lugar, Oración, La Clave del avivamiento, un estupendo libro del pastor coreano Yonggie Cho, fallecido hace unas semanas, al escribir estas notas. Este libro me inició en la oración de una forma que jamás me había imaginado. Por último, “Rendición, el corazón en paz con Dios”, de Nancy Leigh DeMoss. Este último libro me hizo sentir que estaba muy, pero muy lejos de ser un real cristiano, y que aún debía renunciar a muchas cosas para acercarme un poco a lo que Jesús espera de mí.

En literatura me han impresionado muchas obras: de cabecera, “La metamorfosis”, de Frank Kafka; “El viejo y el mar”, una obra que cuenta la lucha perseverante de la vida mediante la alegoría del Viejo Santiago, a quien todos creen inútil y derrotado. “El Extranjero”, de Albert Camus; “Los de abajo”, de Mariano Azuela, y esa obra gigante de Gabriel García Márquez, “El coronel no tiene quien le escriba”, ese coronel, que ni tiene nombre, y al no tener nombre, es como si no existiera.  No tiene nombre porque el sistema lo ignora, para el sistema no representa nada, y por lo tanto, no les interesa. No es la mejor obra de Márquez, pero es la que a mí más me impactó.

Después de tantos años, ahora nado en papeles y páginas manchadas con ríos de tinta. Quizás posea unos siete mil libros, entre físicos y digitales, no lo sé. Solo sé que siempre habrá espacio para uno más en los estantes de mi corazón.

 

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