EL MILLONARIO MENDIGO
Como pastor, estoy cerca de las personas con las que me congrego. Una terapia muy importante que uso es escucharlas, saber qué les está ocurriendo. Veo que a las personas les gusta que uno se interese por ellas. Por eso, conozco en gran medida los laberintos por los que muchos de ellos están atravesando, y me doy cuenta que la mayoría tiene un factor común: NO ENTIENDEN NI DISFRUTAN LA PRESENCIA DE DIOS.
Solemos orar con angustia y mostrando mucha necesidad de las cosas que
pedimos, pero una actitud así es incoherente con el Dios que nos llena plenamente,
que nos satisface. ¿Por qué?
Debemos aceptar que Dios lo es todo para nosotros, que él nos llena por
completo y que él nos es suficiente. Su presencia
suprime nuestras necesidades por que él es suficiente, “en teoría”. Experimentar
la presencia de Dios, es sentirnos totalmente satisfechos:
¿A quién tengo en el
cielo? ¡Sólo a ti!
Estando contigo nada quiero en la tierra. Todo mi ser se
consume,
pero Dios es mi herencia eterna
y el que sostiene mi corazón.
Salmo 73:25,26, DHH.
Sin embargo, cuando pedimos con
angustia, cuando suplicamos a Dios algún beneficio, demostramos con eso, que no
comprendemos ni disfrutamos la presencia del Señor. ¿Cómo puede estar en angustia
por escasez alguien que experimenta la presencia satisfactoria de Dios? Es todo
un contraste. ¡Estoy allí, todo angustiado y necesitado frente a Dios, que es
pleno, es millonario, que lo tiene todo! Esa escena es una imagen en blanco y
negro, en la cual el blanco es Dios. Totalmente incoherente.
En una ocasión le pedí permiso a
mi padre para hacer una construcción pequeña en la parte trasera de nuestra
casa. Él me miró con extrañeza, y me
dijo: no necesitas pedir permiso para hacer eso, porque esta casa también es
tuya. Cuando él me lo dijo, yo sentí satisfacción, seguridad y respaldo.
Pero para ilustrarlo mejor, imagine
por un momento que usted es dueño de una gran fortuna en el banco, 10 millones
de dólares, le pertenecen, son suyos. Usted
posee tarjetas habilitadas para hacer sus compras con base en el dinero que
tiene depositado en esa entidad, y puede retirar las cantidades que a usted le
plazcan. Pero por alguna razón, usted desconoce que tiene esa gran fortuna. Pasa
muchas necesidades, escasez, enfermedad, y otros males propios de una extrema
pobreza. En una ocasión, cuando una de sus necesidades se ha convertido en algo
agobiante, ve hacia el banco que está justo al frente de su casa. Usted ya no
soporta más, y se le ocurre que la única forma de suplir sus necesidades es ir a
ese banco a suplicar que le den un préstamo. Ese banco es en el que usted tiene
sus 10 millones, que, por cierto, han ganado muchos intereses porque usted
jamás ha hecho uso de ellos. Así que decide ir al banco a solicitar un
préstamo.
Cuando va, lleva su identificación
y una gran angustia por los males que está pasando. Se siente hasta nervioso
por el grado de ansiedad que todas esas situaciones le han provocado. Solicita
hablar con un ejecutivo, llega su turno, se sienta frente a la persona que lo
atiende y le expone su solicitud. Le piden su identificación. El de servicios bancarios se sorprende, usted
solo está solicitando $50 para solucionar una pequeña emergencia. Pero la
sorpresa del hombre no es por la cantidad que solicita, sino porque se da
cuenta que usted posee 10 millones con sus intereses en ese banco, así que el
trabajador le indica que usted posee todo ese dinero y que no necesita hacer
ningún préstamo. Usted se alegra con la
noticia, pero inmediatamente vuelve con lo del préstamo: suplica que el banco
le facilite esos cincuenta dólares, porque es una emergencia. El servidor
bancario vuelve a repetirle que usted no tiene necesidad de ningún préstamo,
pero usted insiste por un buen tiempo. El ejecutivo accede al préstamo después
de un buen rato de súplicas suyas. Él sabe que usted no necesita de ningún
préstamo, pero accede porque aunque usted sabe, no entiende que ya posee una
gran fortuna. Fue su angustia lo que movió al hombre a actuar para darle lo que
usted pedía.
Claro está que usted pensará que
la historia anterior es irracional, ilógica, y que nadie, en su sano juicio, haría
semejante disparate, y la verdad, le doy la razón. La mala noticia es que a
diario esta misma actitud se repite millones de veces alrededor del mundo:
pedimos con angustia a Dios, suplicamos cosas insignificantes al Señor. Él nos
mira con compasión, y piensa, “si supiera delante de quien está y la fortuna que
él posee”. Yo he tenido esta actitud muchas veces, y creo que hoy mismo he
actuado así.
¿Cómo es posible morir de sed estando
a la orilla de un lago? El hermano del Hijo Pródigo escuchó algo de su padre,
que es exactamente lo mismo que Dios nos dice a nosotros: “todo lo que tengo es
tuyo”. ¿Por qué, entonces, vivimos suplicantes? ¿Por qué nuestra vida tiene
tantas carencias?
He llegado a la conclusión que
actuamos así porque no comprendemos ni disfrutamos la presencia de Dios. Su presencia
lo es todo, lo llena todo, ¿cómo es posible estar en esa presencia llenos de
necesidades?
Es necesario decir que todo esto
no se limita a cosas materiales, no. Dios ha suplido todas nuestras necesidades
de toda índole: familiares, emocionales, de afecto, soledad, realización, seguridad,
salud y todo cuanto podamos imaginar. La mesa está servida, solo falta que tomemos
lo que el Señor ha puesto delante de nosotros: “Me has preparado un banquete
ante los ojos de mis enemigos;
has vertido perfume en mi cabeza, y has llenado mi copa a rebosar.” Salmo
23:5, DHH.
Cuando oramos realmente, y
disfrutamos estar junto a él, cuando vivimos nuestra fe en su presencia, es prácticamente
imposible que sintamos necesidades, porque él nos sacia.
Compruébelo: hoy cuando
vaya a su presencia, deje la angustia fuera de su habitación. Al orar comience a agradecerle. También alabe
su grandeza, la misericordia que tuvo con usted de hacerlo su hijo mediante la
sangre preciosa del Salvador Jesús. Piense que lo ve. Procure tocarlo. Respire profundo
y pausado por algunos minutos. Sonría, que el gozo de estar con él, lo domine. Échese
allí, en su cama, relajado, y siga hablando con el Rey. Exprésele cuán agradecido está con él, y
manifiéstele su admiración. Guarde silencio por unos momentos, tratando de
experimentarlo, de sentirlo. Guarde silencio y deje que su presencia hable, que
lo llene.
Usted podrá comprobar una inmensa
satisfacción, llenura, gozo. Se arrepentirá
por haber actuado como un mendigo por tanto tiempo, siendo el afortunado hijo
millonario del Dios a quien pertenece el oro y la plata.
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