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POR EL CAMINO A EMAÚS


El primer día de la semana, ya de tarde, dos corazones entristecidos y llenos de dolor caminaban rumbo a un pueblo llamado Emaús, a unos once kilómetros al noroeste de Jerusalén. Sus conciencias acongojadas les hacían sentir el ambiente lúgubre. Eran incapaces de dejar de pensar, de recordar el terrible fin que su Maestro sufrió a manos de sus verdugos romanos y de los asesinos fariseos. Es muy probable que lloraran una y otra vez por el camino.


            Los “por qué” venían a sus mentes, después de todo, su Maestro sólo bienes había hecho entre los hombres. No merecía un final como el que tres días atrás había tenido.

            No solo ellos, sino muchas personas más, albergaban el deseo que este Jesús, fuese por fin, el gran libertador de su pueblo. Pero su violenta muerte había terminado con esta esperanza, que quizás, llegó a ser la esperanza de toda la nación.

            Nadia podía comprender  esa muerte, inútil para ellos, sin sentido. Su entendimiento no lograba obtener un poco de luz sobre este asunto. Hasta que su plática se vio interrumpida por un hombre joven, diferente, sabio y sereno, quien parecía desinformado  de los últimos acontecimientos, puesto que desconocía el tema, y por lo tanto, mostraba un semblante jovial, lleno de optimismo, todo un contraste con ellos y la conciencia de tristeza que embargaba a todo el pueblo.

“—¿Qué vienen discutiendo por el camino? —les preguntó.” Lc.24:17, NVI. Esta fue la forma en la que el Señor, vivo, se les presenta a estos confundidos hombres, para iniciar una plática con ellos. Los dos, cabizbajos y sorprendidos de que el forastero desconociera los acontecimientos, comienzan a narrar lo sucedido. El tono que usaban para describir la violenta muerte de Jesús procuraba transmitir al joven ignorante la tristeza que sentían, intentando que él también llegara a conmoverse. Sin embargo, su sorpresa fue mayor cuando, después de describir lo que las autoridades religiosas y políticas habían hecho con el Señor, el hombre responde: “—¡Qué torpes son ustedes —les dijo—, y qué tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas!” Lc.24:25, NVI.

            El muchacho no se conmovió ni se bañó también de tristeza, sino todo lo contrario. Y es que así era Jesús, abordaba las cosas de una forma completamente diferente a como lo hacemos el resto de los hombres. Mientras lo clavaban en una cruz, en vez de sentir desprecio y odio por sus verdugos, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen,” Lc.23.34. Los caminantes intentan contagiarlo de tristeza, y él, sorprendentemente, los reprende por su incapacidad de comprender los planes de Dios. Jesús tenía la capacidad  de ver el fondo de las cosas y no solo su forma.

            El estado de ánimo de los discípulos es comprensible: sentían tristeza por la muerte de Jesús. No comprendían el significado que esta tenía para ellos y para el resto de la humanidad. Quiero aclarar un poco el sentido de esta muerte, porque él dijo: “así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.” Mt.20:28, NVI. Según este versículo, Jesús nació para morir, y es ese el propósito que los discípulos no entendían. A la vez, si nosotros quedamos sin entender su muerte, jamás podremos beneficiarnos de ella.

            El sacrificio de Jesús tiene significado espiritual, y esto era lo que no entendían sus seguidores. Por eso quedaron abatidos por su muerte. ¿Cuál es, entonces, la interpretación de este evento? Que ese evento fue un acto expiatorio, de redención y rescate.

La palabra expiación proviene de una raíz que significa “cubrir”. De esa manera entendemos que el pecado del hombre queda cubierto por la sangre, y Dios ve el sacrifico, la sangre, en vez de al culpable o pecador.

            Cuando Adán y Eva pecaron, procuraron cubrir su desnudez cosiendo hojas de higuera en forma de delantales, Gn.3:7; sin embargo, esa desnudez aún era evidente a los ojos de Dios. Lo que ellos hicieron era insuficiente para cubrirlos. Por eso, Dios mismo tuvo que fabricarles túnicas con pieles de animales para cubrirlos por completo y de una forma apropiada, Gn.3:21. ¿De dónde tomó el Señor esas pieles para cubrir la desnudez de esta pareja? Obviamente tuvo que matar animales para tomar su piel y cubrir con ella la desnudez del hombre. Esto es exactamente lo que la muerte de Cristo significó: la forma de cubrir al hombre, de limpiarlo, y hacerlo entrar en una correcta relación con su Creador.

            Todo esto fue lo que Jesús explicó por el camino de Emaús a los entristecidos discípulos. Una vez claro el asunto, la tristeza abandonó a los dos hombres que caminaban desconsolados.

            La noche del primer día de la semana después de la muerte del Señor, reunidos los discípulos en la pequeña casa que les servía como punto de encuentro, alguien llamó a la puerta con desesperación. Se trataba de uno de ellos, Cleofas, con otro de los seguidores del Señor. Venía jadeante y muy cansado, pero con una gran emoción, la cual no le permitía narrar con claridad lo que estaba pasando. Todos asombrados esperaron a que los dos discípulos se calmaran y pudieran relatarles lo que pasaba.

            Cuando por fin recobraron el habla, contaron cómo, en el camino hacia Emaús, un hombre joven se acercó para hablar con ellos, este resultó ser Jesús, quien les interpretó su muerte, haciéndoles ver que era necesaria. Cuando Jesús se marchó, ellos decidieron regresar a Jerusalén para contarles lo sucedido, y llenarlos de alegría con la noticia de que el Señor estaba vivo.

            Querido amigo, lo que pasó esa tarde fue el inicio de un fenómeno que cambiaría el rumbo de la historia. La muerte producía tristeza, la resurrección provocó una revolución que inició en Jerusalén y se esparció por todos los rincones del planeta.

             Tomado del Libro
La Noticia más Importante del Mundo
Bruno Valle


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