JESÚS LA PUDO TRANSFORMAR
Aquella noche que la vi, enferma y debilitada, sentí tristeza. Nunca la imaginé de esa forma. Realmente era otra persona. Los recuerdos que de ella tengo en mi infancia, son de una mujer fuerte, regia de carácter, de gran temperamento. Así era mi abuela, quien se dio a la tarea de criarnos a todos sus nietos, hijos del único hijo que le quedaba. En total tuvo que criar diez. A los ochenta y cinco años el tiempo había terminado con sus fuerzas, y se había convertido solo en un suspiro de lo que fuera treinta años atrás. Con mi primo, por las madrugadas, salíamos al molino, unas tres cuadras al sur de donde vivíamos, con el maíz para la tortillería con la cual mi abuela ayudaba a la economía del hogar. Aunque era difícil para mí salir en las madrugadas con el pequeño carretoncito y mi primo rumbo al molino, me encantaba el regreso, pues Ramón, así se llamaba él, me traía a buen paso montado en el pequeño aparato rodante, ya con la masa preparada para la faena del día de mi abuela.